Esta localidad salmantina de 1.137 habitantes, está
situada a 1.064 m de altitud en la carretera SA-202 que
sigue a Batuecas pasando bajo la Peña de Francia entre
berrocales y bosques de castaños, nogales, perales,
manzanos, alisos y laureles de abundante verdor, que
en los meses estivales proporcionan un fresco y agradable ambiente. Por el contrario, los inviernos son
fríos, con frecuente presencia de la nieve, que transforma La Alberca de manera inimaginable.
Su nombre se quiere derivar del árabe Al-Bereka (el
estanque), asegurando la tradición que se llamó
Valdelaguna, quizá por la abundancia de aguas que
hay en el contorno, pero hay constancia que ya se
llamaba como hoy en documentos reales de octubre de 1215, cuando el rey Alfonso IX establece los límites entre Miranda del Castañar y La Alberca.
La población ya estaba asentada en La Alberca desde antes de la llegada de los romanos, como demuestra el castro prerromano bajo el cual se asienta una parte del pueblo. De la época visigoda hay pocos datos, no obstante se sabe que se reutilizó material de estos momentos para construir la Ermita de Majadas Viejas.
En los dinteles de las puertas suele haber inscripciones religiosas, esto podría indicar que sus pobladores eran conversos y utilizaban este método para reafirmar su fe.
En el siglo XIII La Alberca era un villa dependiente de la corona leonesa, siendo de los pocos lugares de la Sierra de Francia que no pertenecía al Condado de Miranda. Pero en el siglo XV, Juan II hizo que la villa de La Alberca pasará a depender de la Casa de Alba quien años después logró el control de parte de la Sierra de Francia con el favor de Fernando el Católico agrupando estos dominios bajo la jurisdicción de la villa cacereña de Granadilla. No obstante La Alberca logró mantener gran autonomía respecto a Granadilla, llegando a tener sus propias ordenanzas en 1515 y a ser Las Hurdes una dehesa de La Alberca hasta 1835.
Otro hecho importante de la historia de La Alberca, según cuenta la tradición en 1465 las mujeres albercanas vencieron a las tropas portuguesas del Prior de Ocrato, en esta victoria se arrebató a los portugueses el pendón, que aún hoy se conserva en el pueblo, esta victoria se festeja el segundo día de la pascua de resurrección.
En el pasado, en un paraje conocido como Vegamosquín, hubo un convento de monjas, del cual el único vestigio es un topónimo de un pequeño arroyo conocido como "regato las monjas".
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En 1940 el pueblo se convirtió en Monumento Histórico-Artístico facilitando la conservación del casco urbano. Fue el primer municipio español que consiguió tal distinción.
La Alberca es un pueblo litúrgico y tradicional. El marcado espíritu religioso durante siglos configura el carácter albercano que se proyecta en expresiones de ritos para toda su vida, tiene ritos para nacer, ritos para vivir y ritos para morir. La manifestación visual del rito se ha ido forjando durante siglos, por una parte en manifestaciones costumbristas y por otra en manifestaciones arquitectónicas, que es lo que les queremos contar.
Sólo hay que caminar por las calles de La Alberca y los alrededores para ver manifestaciones religiosas grabadas en piedra, quizás por el anhelo del hombre de permanecer en la memoria de los vivos cuando los que lo hacen ya no están, o quizás para recordarse así mismos y a los demás que el sentimiento religioso está presente. Les vamos a invitar a visitar algunos de esos lugares sagrados que desde siglos se han ido levantado en La Alberca y alrededores.
El caserío responde al tipo general de la Sierra de Francia siendo el principal motivo de interés histórico, atracción y
fama de La Alberca, con caracteres constructivos muy
peculiares. En las construcciones tradicionales se sigue
la técnica arquitectónica medieval, de otras regiones
montañosas no sólo españolas sino de europeas, entre
ellas las francesas del siglo XIV y XV de Normandía,
Bretaña, Anjou, y otras que pudieron haber recibido
a través de España la influencia árabe, según un estudio de Bernard Marrey en 1994.
El libro de don Lorenzo González Iglesias, arquitecto
conservador que fue de este Conjunto HistóricoArtístico, publicado en 1953 con el título de La casa
Albercana, sirve de base para el conocimiento de estas
casas en las que sus plantas bajas son siempre de
mampostería y menos frecuentemente de sillería, con
dintel monolítico en las puertas adornado con monogramas, fechas o invocaciones religiosas. A veces tienen apoyos verticales exteriores de madera soportando el piso superior, más saliente de la línea de fachada, que pueden ser simples troncos descortezados o
escuadrados apoyados sobre dados de piedra.
También hay pilares de granito poco elaborado, con
basa y capitel de piedra, escuadrado con zapata
también de piedra; semiprismático con basa y capitel
gótico, a veces con columnas que imitan lo renacentista o dóricas con basa y capitel ya del siglo XVIII.
Sobre ellos cargan las vigas imprentas, bajeras o
madres, que forman el núcleo de toda la estructura
constructiva de la localidad.
Los salientes pisos superiores contrarrestan las deformaciones interiores de las vigas que soportan el peso
de los pisos. La ausencia de ladrillo y adobe en las
construcciones genuinas es casi total. En el interior,
los tabiques son de madera y arcilla. En lo tradicional
no hay suelos de baldosín.
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Las habitaciones miden regularmente, 4 x 5 m en
salas, 2 x 1 en alcobas, 4 x 4 en las cocinas y 4 x 2 en las
despensas, con suelo de barro apisonado en las más
modestas y de madera de castaño en tablas de 20 cm
de ancho colocadas a tope en las mejores. No hay cielos rasos, ni paredes de yeso, ni suelos de baldosín en
las construcciones más tradicionales.
La Plaza ocupa el centro de la localidad con la fuente y crucero del siglo XVIII, en cuyo fuste están labrados los símbolos de la Pasión o arma Christi (látigo, tenazas,
escalera, esponja, etc.) con efigie del Crucificado por
un lado y de la Virgen en el opuesto, trasladado aquí
desde el Tablado, en 1940.
La plaza es de planta rectangular irregular rodeada de
edificaciones de dos, tres o cuatro plantas sobre pies
derechos de madera o columnas de piedra, formando
un recinto asoportalado de gran carácter pese a la
reconstrucción de algunos edificios, que salvo excepciones han conservado la disposición original. Hay
que tener en cuenta la debilidad de los elementos de
construcción que obligan a su reposición parcial,
cuando no total de las viviendas.
Remodelado el antiguo Hospital de Peregrinos frente
al crucero y la fuente, son sin duda la Casa Ducal y
el Ayuntamiento los dos edificios de más relieve, sin
olvidar las antiguas escuelas.
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La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción es el edificio de más importancia y volumen de la
villa, construida con buena cantería, rayando su estilo
lo neoclásico, pues se construyó entre 1730 y 1731 por
el arquitecto Manuel de Larra Churriguera. El templo
tiene 40 x 20 m que llega a los 31 en el crucero, con
amplitud adecuada a la población. Es una iglesia de
planta de cruz y tres naves de tres tramos más crucero, separadas por pilares cuadrados y arcos de medio
punto. Las bóvedas son de lunetos y tanto éstas como
las paredes laterales han sido despojadas de su blanco
revoco, produciendo un aspecto triste y oscuro en su interior, que por otro lado es amplio, solemne y despejado,
incluyendo a los pies el coro alto. De 1785 es la capilla de
los Dolores añadida y sufragada por el sacerdote albercano González Pavón, también sin enlucido en la cúpula
por el mismo motivo.
El Osario situado en el ángulo de la torre con la capilla
del Rosario es muy conocido por los tres peldaños de
piedra que permiten subir para encender el candil
flanqueado por dos cráneos en pequeños huecos. Es el
pequeño recuerdo a los fallecidos y lo perecedero de
la vida. Con él se relaciona la moza de ánimas que cada
día al caer el sol, sola o acompañada por otras, recorre las calles tocando una campanilla en las esquinas
invitando a rezar por las almas de los muertos y por
los pecadores.
La Gran torre fue construida unos 212 años antes que la iglesia actual, costeada por los primeros Duques de Alba, tienen el escudo de armas esculpido en un ángulo de la Torre. En 1693 nos cuentan que "tiene un reloj que en nada tiene que envidiar al de Benavente". Y en la torre cada campana tiene una historia entrañable que contar, cada una acompaña según en que momentos de la vida el devenir de los albercanos. Cuentan las crónicas que "...en 1520 al acabar una campana faltándole metal para acabar las asas de arriba, no dudaron los albercanos en desprenderse de anillos, joyas de plata y fundirlos para terminarla...".
Además de la iglesia, existen varias ermitas y un humilladero.